sábado, 28 de mayo de 2011

Sibarita



Sólo soy un soñador, sólo soy un sibarita, 
sólo soy un poeta y a nadie puedo amar.
Por ser lo que soy mi senda está maldita, 
cual ángel culpado que llora por pecar.


Jamás verá mi alma el amor que necesita, 
jamás tendré la vida; jamás ha de llegar,
soy sólo un soñador, soy sólo un sibarita, 
soy sólo un poeta y a nadie puedo amar.


Jamás seré querido y jamás he de querer, 
jamás tendrá mi lira su verso silencioso.
No existe una reina, ni existe una mujer
que haga que resurja mi beso ruboroso.


Sólo soy un soñador, sólo soy un sibarita, 
sólo soy un poeta y a nadie puedo amar.
Por las musas de fuego mi pecho palpita,
pero tengo en el alma un vago suspirar.


Jamás veré en un verso mi senda infinita, 
jamás veré a la niña; jamás ha de llegar,
soy sólo un soñador, soy sólo un sibarita, 
soy sólo un poeta y a nadie puedo amar.

Desde que te casaste



Me niego a ser el ramo 
en tu mano de alta nieve, 
si no puedo ser el beso 
que te saque del altar;
no quiero ser el blanco, 
sin ser el que se niegue
a mirar en tu sonrisa 
lo que yo no supe hurtar.


Desde que tú te fuiste
la noche es más larga,  
es aún más helada 
y es aún más bravía; 
me he bebido la lira 
de tu luz más amarga,
con el numen perdido 
tras mi ruin poesía. 


Ya no tengo tus brazos
atándose a los míos,
ni sostengo el suspiro
que nacía de tu boca;
mas pido al gran Dios
que te sean sombríos...
y le pido al gran cielo 
que tu dicha sea poca.


No logro ver más ojos 
que el ojo que me diste,
cuando era el reflejo
del amor más intenso;
por eso es mi silencio,
el silencio más triste 
y por eso está tu rostro
en todo lo que pienso.


Desde que te casaste 
yo no paro de llorar, 
por el eco que dejaran 
tus besos de mujer;
besos que una noche 
me hicieron suspirar
y besos que en el alba 
yo intento detener.


Desde aquel entonces 
una gota es mi amiga 
o al menos eso creo 
o eso tengo al menos; 
creo que una lágrima 
de pronto me abriga
y tengo la certeza 
que nada ya tenemos...


No he querido olvidarte 
a pesar de la demencia
que luego me rociaras
con tu raudo corazón;
yo sé que el que olvida,
olvida la paciencia
y el ávido no alcanza
a sanar sin ilusión. 


Me niego a ser el viento 
de tus labios mal alados,
si no puedo ser el beso
que te saque del altar; 
yo soy como los cielos 
de azules bien pintados
y nadie puede hurtarme
lo que yo no supe hurtar. 


Desde que tú te fuiste
un altar es tu condena
y mi condena es amarte
sin besar tu alborada; 
y, por más que te llore, 
es más triste mi pena,
al saber que otro besa
a quien vive condenada. 


Sé que estás con otro
como ayer tú conmigo, 
sospecho que lo amas
en vivos desenfrenos;
y creo que una lágrima
de pronto es mi abrigo,
pues tengo la sospecha
que nada ya tenemos... 


No paro por pensar 
en la mano que te toca,
ni paro de anhelar 
que ya estés dormida;
le pido al gran cielo 
que tu dicha sea poca 
y pido al gran Dios 
que te siga dando vida. 


Desde que te casaste 
no me canso de llorar,
por todo lo que fuiste 
con todo lo inconcluso;
¿de qué vale la vida 
en quien no sabe amar,
si todo lo restante
se vuelve tan difuso?.


Desde aquel entonces, 
ya ni besos me quedan,
por si piensas volver
en alguna recaída;
los latidos se anudan
y los pulsos se enredan,
cuando yace en el pecho
el ardor de una herida.


No dejo de escucharte
en la voz de mi pasado,
ni olvido tu recuerdo 
con todo lo vivido;
por eso yo me afano 
en borrar lo ya tachado,
a pesar de lo incierto 
que ya se ha construido.


Me niego a ser el cause 
de tu beso mal rociado, 
si no puedo ser el néctar 
en tus labios de hondo río;
yo soy como el océano
en oleajes bien atados
y nadie puede hurtarme 
lo que eterno será mío.


Desde que tú te fuiste 
hay otro que te ama,
y hay otro que te busca 
en el vano despertar;
sé que él es el fuego 
y que yo soy la llama 
que vive en la ceniza 
de tu helado suspirar.


Te irás con él al mundo 
que ruede por doquier,
con besos de rocío
y con manos de sudor;
confieso que es la vida
que escoge una mujer
que se aferra de la duda
y se aleja de su amor.


No evito ser el hombre
que tenga que llorarte,
pues sé que la lágrima
refleja la esperanza;
quizás no seas mía,
tal vez ni sepa amarte,
mas sé que la espera
al menos ello alcanza.


Desde que te casaste 
la noche me aconseja
con el astro despierto
y con la luna dormida;
la luna es un rostro
que a tu faz se asemeja
y el astro es un ojo
que al mío se asimila.


Desde aquel entonces 
yo soy tu centinela,
el ángel de tus sueños
y el alma que te cuida;
le pido al gran cielo 
que tu luna deje estela 
y pido al gran Dios 
que te siga dando vida.




Me niego a ser el ramo 
en tu mano de alta nieve, 
si no puedo ser el beso
que te saque del altar;
no importa cuanto llore
ni menos cuanto ruegue, 
ya nadie va a robarte  
lo que yo no supe hurtar.